¿Por qué hacemos el ridículo en las despedidas de soltero/a?

¿Por qué nos volvemos gilipollas en las despedidas de soltero/a?

0YveM4% - ¿Por qué hacemos el ridículo en las despedidas de soltero/a?Los investigadores Anthony Ellis de la Universidad de Salford y Daniel Briggs de la Universidad Europea, realizaron una etnografía de las despedidas de soltero de jóvenes británicos de viaje en Ibiza o en suelo patrio, en Londres, Liverpool o Manchester. Mostraron los resultados en su estudio “La última noche de libertad: consumismo, desviación y despedidas de soltería

En muchos casos no iban a acceder a una información fresca, con sus matices y su fidelidad a los hechos, sino a recuerdos: los protagonistas habían tenido tiempo de “re-elaborar en positivo” la memoria de lo sucedido. Eso hace más llamativa una de las conclusiones a las que llegaron: «Los hombres con los que hablamos sentían una intensa presión para divertirse. Es casi como un mandato o una expectativa de disfrutar. No una elección», recuerda Ellis. Una diversión con exigencia de rendimiento: «Muchos se sentían culpables o decepcionados si no se divertían. Había presión durante las veladas por«empujar los límites y exprimir hasta la última gota de hedonismo de la experiencia», señalan los expertos.

Buscaban una posteridad íntima: «Los hombres anhelaban los recuerdos de haber disfrutado, la evidencia de haber vivido, para no arrepentirse más adelante cuando las oportunidades de esas celebraciones sean mucho más limitadas»… es como si las despedidas de soltero fueran un trámite para poder ofrecerse excusas a uno mismo en el futuro, cuando la vida vaya despertando, en cada antiguo jaranero, una preferencia sincera por planes más calmados.

Sin embargo, ese trámite, a veces, supone un mal trago para sus propios protagonistas: «Algunos participantes fueron contradictorios al valorar sus experiencias y sospechamos que se esforzaron mucho en convencernos de que habían disfrutado cuando no lo hicieron. Algunos estaban muy arrepentidos y avergonzados de sí mismos», afirman en el estudio.

La antropóloga social de la Universidad de Castilla La Mancha Luisa Abad también estudió el fenómeno. Coincide con Ellis y Briggs en la falta de originalidad y de espontaneidad de estas fiestas, encontrando una relación con el consumismo y la mercantilización.  Por esa causa, la investigadora española no ve grandes diferencias entre las celebraciones que realizan en otros países y las que se realizan en España –unas 300.000 al año-. «Hay unas pautas bastante globalizadas. Se constituyen como un producto, un paquete comercial. Éstas jaranas ya existían en España, pero sus mandamientos se han ido renovando; las no tan antiguas costumbres de despedir a los novios de su vida de solteros se han ido transformando en la actualidad en un neorrito notoriamente influenciado por la filmografía de cuño americano, como Despedida de soltero o Resacón en Las Vegas», opina la antropóloga.

A estas alturas de siglo XXI, ¿existe realmente un tránsito, una razón existencial detrás de tanto despiporre? Las parejas viven juntas antes de casarse, llegan al altar o al atril incluso con hijos. ¿Qué salto implica la boda? Tampoco existe, en teoría, una pérdida de libertad sexual: en la mayoría de los casos esa libertad ya se había zanjado con el simple compromiso de pareja. El matrimonio no añade ni quita grados de fidelidad.

¿Hay un porqué o usamos esta costumbre, simplemente, como excusa para disfrutar de farras más enjundiosas?

La investigadora española Abad sitúa en la sociedad líquida actual «carente de anclajes y donde parece reinar la incertidumbre» y en el hedonismo de corte consumista, la explicación; «hoy buscamos ritos efímeros que se concatenan en la vida de los individuos sin darles mayor sentido, ritos que parecen haber perdido su función ancestral».

Las despedidas de soltero son un juego que permite a sujetos, integrantes de una sociedad individualista, vivir la experiencia de fundirse en lo colectivo: «Los neófitos asumirán estoicamente las bromas para no romper el vínculo simbólico de hermandad que les permite pertenecer al sujeto colectivo de la despedida, y lo harán so pena de ser tildados de “aguafiestas” o algo peor.  Por eso, muchos acaban saltando desde un puente, por el miedo a ser expulsados de esa entelequia que ha construido el grupo pero que es más grande que el grupo, y también por el temor a que se recuerde que, llegado el momento, uno prefirió traicionar el decreto del carpe diem».

Fuente y articulo completo: yorokobu.es  –  https://is.gd/xQK0KJ

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