A estas alturas, todos somos conscientes de que la llamada «Gran Recesión» no fue un accidente, y si lo fue, estuvo poderosamente inducida y jugosamente aprovechada por las fuerzas del capitalismo financiero global. Como ya describió la Biblia en el libro de Miqueas: “y codiciaron las heredades, y robáronlas: y casas, y las tomaron” (capitulo 2, versículo 1). Sabemos que se trata de un expolio masivo del rico a la clase media, del norte al sur, de lo privado a lo público. Eso es lo que hemos visto a diario y lo que denunciamos con más impotencia que efecto. Hasta aquí bien, pero… ¿Es eso lo que pasa?… O mejor dicho… ¿sólo es «eso» lo único que está pasando?… porque la dinámica de esta escandalosa revolución de los ricos contra los pobres nos ha llevado –como dicen los economistas anglosajones– a unos «territorios desconocidos«.
La crisis que desde el sur de Europa nos parece un estado claro y meridiano, ha generado terribles brumas en la ortodoxia académica tanto en economía como sociología. No pasa lo que se supone que debería. Saskia Sassen lo define mejor que un servidor: “Ésta es una era de tendencias conceptualmente subterráneas. No es que estén debajo de la tierra, es que no las vemos. El ojo del Estado, el ojo de la ley o el ojo del teórico no las ve”.
Vamos a los ejemplos. A pesar de que afirmamos rotundos el triunfo del neoliberalismo, estos últimos años se han sostenido gracias a las inyecciones masivas de dinero por parte de los bancos centrales, la Q3 de Ben Bernanke, las compras de bonos de Draghi y la marcianada de la temporada: el Abenomics –es decir, el plan japonés para doblar su masa monetaria dirigido por el primer ministro Shinzo Abe-, una solución que ya les funcionó muy bien a los japoneses en … ¡1937!
Es decir, que el neoliberalismo necesita de trucos keynesianos para mantener su triunfo. Y si se inyecta tanto dinero ¿por qué no se dispara la inflación? ¿o es que lo hará de aquí unos años?
Como ya advirtió Nouriel Roubini en 2009: «Nos estamos quedando sin municiones de políticas fiscales y monetarias que aguanten el sistema financiero» y, este mismo mes, Mario Draghi insistía en la idea de «tomar medidas no convencionales»«… territorios desconocidos, medidas imprevistas… Y el milagro alemán, que todos debemos copiar aplicadamente, se basa en una brutal precarización y empobrecimiento de los trabajadores, que en el caso de Alemania ya afecta al 22% de la población. Una «chinificación» del centro europeo que incluso ha llevado a Bélgica a acusar de dumping laboral a Alemania, como si los germanos fuesen una nueva Taiwán con sombrero tirolés…
Dicho de otra manera, se ha tratado de conseguir los efectos de destrucción creativa de una guerra pero ahorrándose las balas. Otro territorio desconocido, porque no es lo mismo empobrecer Europa a base de bombardeos que a través del embrutecimiento de las relaciones sociales.
Según el relato de lo que parece que está pasando, el relevo de las viejas potencias pertenece a los BRIC y los países emergentes; ellos tirarán del carro del capitalismo global a partir de un crecimiento brutal y del consumo interno gracias a unas nuevas clases medias.
Y sin embargo, ese crecimiento lo que ya ha traído son revueltas en Brasil, Turquía, oleadas de huelgas en China y quejas por el colapso medioambiental –¿sabian que han desaparecido 28000 ríos sólo en el último medio siglo?-, revueltas en los felices «Países Emergentes» mientras que, en la saqueada España, la Roja continúa siendo líder de audiencia y las calles siguen tranquilas… Parece, pues, que el recambio natural que el relato sistémico nos tenía preparado, colapsa antes de hacerse el relevo.
Entonces ¿qué tenemos?… Pues como dijo Marx, tenemos un «dinero sin mercancía» que crece sin inflación. Tenemos unos mercados «yonkis» enganchados a los bancos centrales y una inaprensible sensación de falta de sentido, de colapsos continuos, es decir, de agonía…
Hay más detrás de lo que nos empobrece; el problema es que ni los que nos roban saben lo que están haciendo…
Hay algo oscuro e inaprensible en este tiempo. Y raro. Y nuevo.
Fuente: LaMarea
Todo esto parece un «sinsentido», pero si te lees el libro de Daniel Estulin que habla sobre el Club Bilderberg y después analizas lo que está pasando, entonces lo entiendes.