Ya lo dijo Camilo José Cela: «No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo«. Les hago éste hincapié porque es necesario despertarse, y mi sintonía con Iker Armentia me obliga a hacerme eco de un interesante articulo publicado ayer noche por su parte en eldiario y, como verán, queridos lectores, razón no le falta…
Como todo el mundo sabe, en España no hay corrupción; hay conspiraciones, de forma que en vez de tener corruptos, tenemos víctimas de conspiraciones: conspiraciones contra mi nación, conspiraciones contra mi partido, el juez que no le caigo bien, el director del periódico rencoroso… Un chollo, vamos.
España es como esos padres modernos que les viene su hijo con el cuento de que el profesor le tiene manía, y terminan abroncando al profesor y comprándole una moto al hijo –vale, quizás exagere, no regalamos motos a los hijos mentirosos así como así, pero seguimos votando a los políticos corruptos, que viene a ser lo mismo-.
En España es más fácil encontrarte a la Guardia Civil fotografiando bloques de cemento bajo el mar que al Estado dedicando una mañana a que una mujer de 86 años recupere los restos de su padre asesinado por el franquismo. Claro que en la Guerra Civil, y después en la dictadura, tampoco hubo culpables… Los policías autores de torturas no fueron apartados, ni los jueces franquistas, ni mucho menos los políticos que firmaban condenas de muerte… No hay culpables porque la guerra fue una lucha entre hermanos y bla bla bla. Como una inundación o un terremoto, vamos, un hecho histórico involuntario plagado de víctimas, sin culpables, sin golpe de Estado, sin Franco, sin cárceles llenas de presos de conciencia, sin la Iglesia animando desde el banquillo. Y, evidentemente, culpar a la República de lo que vino después, como está ahora en boga, es la vía revisionista para intentar colarnos que no hubo culpables, porque culpables fueron todos.
El sistema financiero que provocó la crisis económica tampoco ha sido reprendido. Sólo en España, los bancos han ganado tanto dinero –y van a ganar, tal y como apuntan sus previsiones hoy comentadas– como el que les entregamos con nuestros impuestos para que no se hundieran… No hay culpables –bueno, un banquero pasó unos días de visita en Soto del Real, pero echaron la culpabilidad a suertes y le tocó al juez que lo había encarcelado, cosas que pasan-.
Y la última moda para escabullirse llevó la firma del rey con su lo-siento-mucho-me-he-equivocado-y-no-se-volverá-a-repetir, aunque en buena parte de los hogares españoles la reacción fué al estilo de «la verdad es que me da pena y que mayor está, por cierto«.
En un país cuya democracia ha crecido con una justicia servil hacia el poder, memoria de pez y partidos políticos dopados, el perdón se ha convertido en el último salvoconducto de los culpables. Y los ciudadanos, con nuestra desidia y nuestros votos, les seguimos perdonando.