Fué un día de noviembre de 1978, cuando el nuevo líder del Partido Comunista Chino Deng Xiaoping, ya consolidado en el poder, envió a miles de estudiantes a Singapur y Thailandia para aprender cómo funcionaba el sistema capitalista –era el comienzo de la Gran Marcha hacia la potencia mundial que conocemos hoy-, pese a que muchos de los insatisfechos decían «estamos traicionando los ideales comunistas«, pero Deng Xiaoping no contestaba, porque tenía un plan secreto…
¿Y cuál es ese plan? … conquistar el mundo.
No sirve de nada explicar a los disidentes que el capitalismo solo puede ser destruido desde dentro: los radicales del Partido no lo iban a entender, pero Deng Xiaoping sabe lo que hace: escoge a un joven, al que llamaremos Lee, y le explica lo siguiente:
«Haremos un gran esfuerzo, como el que hizo antes de nosotros el Gran Timonel. Será duro; al comienzo exigirá un gran sacrificio de nuestra población, pero poco a poco invertiremos en obligaciones estadounidenses. Y cuando alcancemos cierta cantidad (solo mister Lee sabe la cifra exacta) lo venderemos todo el mismo día. Para entonces ya tendremos activos sólidos en todos los rincones del mundo: de Sudamérica a África, de Europa a Estados Unidos. Nuestro superávit se desvalorizará, pero el de otros países simplemente desaparecerá de la faz de la tierra. Y tendremos minas de carbón, siderúrgicas, una gran cantidad de tierras cultivables, empresas de alta tecnología, construcción, telecomunicaciones, etcétera«
El camarada Deng Xiaoping le da a Lee un maletín parecido al que los presidentes de EEUU siempre llevan consigo, con códigos para activar los misiles nucleares… pero dentro del maletín sólo hay una caja negra, con un único botón rojo: VENDER.
Pasa el tiempo, Deng Xiaoping muere, los estudiantes enviados al extranjero empiezan a aprender todo lo necesario para que el país salga adelante, China mantiene los precios artificialmente bajos y empieza a exportar de forma espantosa a Estados Unidos. A cambio, compran deuda del Tesoro estadounidense.
Los años transcurren y el déficit de EEUU con China no deja de crecer. Pasadas unas décadas la situación está fuera de control: 271.100 millones de dólares en 2010, 295.500 millones de dólares en 2011.
En 2013 el presidente Obama intenta estimular la balanza de pagos, pero es ya prácticamente imposible, y el mundo entero sigue sosteniendo a Estados Unidos con la compra de deuda del Tesoro… es decir: la economía del planeta está ahora gobernada por la estabilidad —o no— de esas obligaciones en dólares. Y eso parece una garantía
Hasta que el Congreso estadounidense paraliza la Administración por casi tres semanas. Y el presidente del Banco Central chino, Zhou Xiaochuan, propone hace unas semanas: ¿por qué no establecer una nueva moneda de intercambio, más estable y menos dependiente de los altibajos de los políticos estadounidenses? Ningún país lo acepta, pero se ha dado la alerta roja.
Volviendo a Mister Lee, que conoció a Deng Xiaoping cuando era un destacado estudiante de 16 años, que ahora acaba de cumplir 51 primaveras la semana pasada y trabaja en un pequeño despacho en la provincia de Guangdong. El maletín ya fue jubilado y reemplazado por un poco sospechoso teléfono móvil con una única tecla: VENDER. Tres o cuatro técnicos informáticos saben parte de la historia, pero nadie sabe exactamente qué significa ese botón —solo tienen la orden de conectarlo con el Banco Central de China, y nada más—
Hoy, míster Lee consulta su hoja de cálculo: su país tiene, ahora mismo 1,2 billones de dólares en deuda estadounidense, el que más títulos tiene… Saca su móvil especial, lo coloca sobre la mesa, y consulta las notas tomadas a mano por su añorado mentor.
«No. Aún no hemos llegado«, piensa… Y se vuelve a guardar el móvil en el bolsillo.
Así un día y otro día, hasta que, en algún momento, cuando un simple dólar sobrepase esa cifra estipulada… En ese momento, míster Lee pulsará el botón y se irá a tomar un té en casa de su amigo míster Zhang, mientras todos los países van a la quiebra y el mundo se arrodilla ante la nueva y única superpoténcia mundial.
(Paulo Coelho – El Pais)
¡Pues mira lo que te digo, mejor que lo pulse ya aunque sea por accidente, al menos ya sabremos a donde orientarno porque ahora mismo estamos en un inpass que vaya tela!