¿De qué se acusa a Bárcenas? No ciertamente de que no sea un emprendedor, puesto que ha sabido utilizar posibilidades de la manera que habitualmente es elogiada entre los creativos y multiplicar los recursos disponibles propios –y sobre todo ajenos– lo cual es característico de esa cualidad de emprendedor que constituye hoy la consigna aconsejada de actuación encomiable. Bárcenas era un emprendedor y asi se definía él orgullosamente.
No ciertamente porque no haya sabido sacar provecho de las circunstancias que se le ofrecían, circunstancias que en contextos similares se llaman mercado, es decir, espacios en que se paga y se recompensa lo que se ofrece –sea cual sea la condición moral que conlleve el producto o el productor– con tal de que correspondan a una demanda. Esa coincidencia se llama asignación optima de recursos y el sistema tiene a gala que la economía guiada de esa manera es no solo la más eficaz y racional sino la más democrática por cuanto satisface la necesidad expresada.
En su caso las circunstancias del mercado que tenía a mano expresaban la demanda de pagas extras en sobres discretos no declarables a Hacienda, donaciones cuya recompensa y rentabilidad podía no dilatarse demasiado en la futura y segura obtención de contratos, una especie de anticipo sobre sueldo por servicios a prestar… Estas prácticas se denominan inversión, rendimiento, creación de capital humano y a la compra y búsqueda de la adhesión de voluntades; se llama, en la práctica, económica capitalista, relaciones públicas, publicidad, marketing. Su racionalidad es tan admitida que hasta son objeto de estudio y enseñanza científica en serias escuelas de negocios y administración de empresas y en la materia se otorgan titulaciones académicas de todo género. Se estima, por el contrario, que debe de orientarse la enseñanza universitaria hacia una mayor «empleabilidad» de los estudiantes, entendiendo por esa empleabilidad, conocimientos de ese género de racionalidad competitiva orientada al lucro y no otros de naturaleza ociosa e inutilizable para el enriquecimiento como son el estudio de las humanidades, recurso el más ineficaz entre los ineficientes.
No, por cierto, tampoco puede serle reprochadas actitudes mal inspiradas por alguna perversión ni las malas compañías. Sus lecturas e inspiración no debían ser tan impías. Su libro de cabecera podría ser muy bien La virtud del egoísmo, el libelo de uno de los santos del capitalismo de libre mercado, Ayn Rand, para quien en la selva legitima del mundo empresarial y económico sólo los que tienen éxito son los fiables y moralmente superiores, Hay que estar a toda costa entre los mejores aunque ello comporte «externalidades negativas» como las llama Milton Friedman. Ente aquellas externalidades a que se refería Friedman estaba el mundo de tortura y opresión salvaje que se imponían en el Chile de Pinochet, país privilegiado por él y sus chicago boys. Las «externalidades negativas» de Bárcenas han quedado más modestas. No es Enron, Lehman Broters o Madoff quien quiere sino quien puede. Pero si esta modestia le retira mérito no le añade culpa por ello.
El capitalismo puede ser considerado como la más gigantesca organización del egoísmo. Lo propio de este sistema es construir un orden basado en la explotación racional de las capacidades moralmente inferiores del ser humano, un orden de una eficacia notable en el desarrollo de conductas tales como la ausencia de escrúpulos, la desconfianza hacia todo género de idealismo, el ánimo de destruir o construir –tanto da si de ello resulta un lucro– sin otro limite que el de sacar provecho en la más mínima circunstancia.
Entonces, ¿de qué se acusa a Bárcenas?… Bárcenas es inocente.
Aquellos que continúan apreciando los estudios de humanidades habrán podido leer lo que escribe Ciceron, en su De Officcis, –sobre los deberes– que «de ninguna acción de la vida, ni en el ámbito privado ni en el público, ni en el foro, ni en la casa, ya hagas algo tu solo, ya juntamente con otro, puede estar ausente el deber, y en su observancia esta puesta toda la honestidad Pues quien establece el sumo bien de forma que no se halla unido a la virtud y lo mide por la propia utilidad y no por la honestidad , no podrá cultivar ni la amistad, ni la justicia, ni la libertad«. Y Horacio, citaba en sus versos a un magistrado ejemplar porque «honestum praetulit utili» (anteponía la honestidad a la utilidad). Ambos se equivocaban. No asignaban los recursos de su propia humanidad con racionalidad. Ellos si eran culpables, no Barcenas.
Autor: Miguel Angel Domenech