Cuesta mantener el tipo cuando os escuchamos diciendo a diestro y siniestro –tanto desde el poder como desde la oposición– que una de las mejores salidas a la crisis es el autoempleo. Con 5 millones de parados necesitaríamos 5 millones de autónomos… facilísimo, vamos. Una salida, por cierto, propuesta por personas que disfrutan de sueldos vitalicios, entre otras tantas prerrogativas. Personas de todos los colores, cobrando en sus partidos y luego colocados en empresas privadas. Ministros y ex-ministros de todas las legislaturas y de todos los partidos.
Los autónomos somos esa rara especie que está deseando recibir llamadas de teléfono de números que no conoce, porque puede tratarse de una oportunidad. Los autónomos lo pasamos tan bien o tan mal como el resto de mortales ya sea en época de bonanza o de vacas flacas. Tenemos que ponerle buena cara a ese cliente que lleva tres meses sin pagarnos porque, en nuestra indefensión, si se enfada y nos sale pirata –cosa que no es raro que ocurra-, puede que nos quedemos con tres palmos de narices. Y si tienes como clientes a instituciones públicas, sabes que pagan bien, pero pagan tarde, muy muy tarde, mucho más de lo que te imaginas. Pero nosotros ya hemos pagado el IVA de esas facturas emitidas y que sólo Dios sabe cuándo cobraremos.
Los autónomos tenemos que lidiar a diario con problemas empresariales, captación de clientes, peleas con los bancos, lucha de tiempos con los proveedores o asuntos personales de tus empleados. Y siempre con una buena cara, porque si un cliente ha decidido dejarte tienes que lanzarte a la calle a reponerlo. No hay tiempo para el desánimo. No todo el mundo sirve para ser autónomo, del mismo modo que no todo el mundo sirve para ser notario o registrador. O para ser barrendero. Cada uno tiene su mérito, inmenso mérito. Por favor, queridos ministros y ex-ministros, cuiden sus palabras, los autónomos no pedimos ayuda, sólo pedimos que no nos pongan más zancadillas.
Porque otro tema que trae de cabeza a las cabezas pensantes que dirigen éste país es el dinero negro. Hay que acabar con él, hay que pedir factura al fontanero, al albañil, al electricista, al pintor, a la cafetería donde vas cada día a tomar café con los clientes. Hay que acusarles si no las hacen. Todos somos Hacienda.
Pero es curioso sin embargo que como político puedas acogerte a una amnistía fiscal y limpiar todos los millones que nos has robado, puedes meter mano a la caja que debería pagar las jubilaciones de nuestros abuelos o puedes abdicar y de carambola lavarte las manos con tu hija presunta delincuente. Todo muy legal, y si no lo es, puedes ir de tribunal en tribunal recurriendo tus sentencias hasta que encuentres al juez de tu cuerda. Desde el poder o la oposición.
En cambio, no puedes poner placas solares en el techo de tu casa, aunque España tenga más horas de Sol que cualquier país desarrollado. No puedes usar un coche compartido para ir de fin de semana a Madrid, ¡con lo barato que está Renfe! No puedes financiar con crowdfunding tu proyecto, todos sabemos que el crédito está fluyendo -aunque sea en la imaginación- y, si en un acto de enajenación mental transitoria se te pasa por la cabeza acudir a los tribunales, prepara la tarjeta de crédito para pagar enormes tasas para empezar.
¿Cómo queréis, queridos ministros y ex-ministros, acabar con la economía sumergida si los que nos estáis sumergiendo sois vosotros?
Fuente: nachotomas