Nuestra pertenencia al euro tiene, por desgracia, dos consecuencias tan negativas como inevitables…
Por un lado, la existencia de profundas asimetrías que no se quieren abordar ni resolver y que producen déficits y deuda exterior en las economías periféricas como imagen refleja de los superávits de las economías más potentes de nuestro entorno.
Y, por otro, la imposibilidad de recurrir a otro tipo de ajuste que no sea la devaluación salarial para hacer frente a la degradación de las relaciones de intercambio de los países deficitarios, como España. Un ajuste, sin embargo, que a la postre, «no ajusta» puesto que deprime la demanda interna, disminuye las ventas, aumenta el paro y debilita profunda y estructuralmente a la economía –aunque eso sí, el gran poder de mercado que tienen las grandes empresas españolas les permite no trasladar la devaluación salarial a los precios y aumentar su rentabilidad–
La conclusión es clara: si seguimos perteneciendo a un euro que no afronta ni resuelve la asimetría entre las distintas economías, y más concretamente entre España y Alemania que en términos de comercio exterior se comportan como una imagen de espejo, estaremos condenados a utilizar un mecanismo de ajuste que provoca paro y con él todos los efectos desastrosos que lleva consigo. La entrada mal negociada en la UE y el error de entrar en un euro diseñado para fortalecer a una economía superavitaria como Alemania que por definición ha de generar déficit en las demás nos enferma la balanza de pagos, aunque el remedio –el ajuste salarial– es peor aún que la enfermedad.
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