Al reclamar un cambio de la política seguida en Grecia, el ministro heleno se convierte en la insoportable mala consciencia que viene a quebrar el mito de la «radiante» recuperación supuestamente operada por la austeridad.
La determinación del ministro y economista a poner a sus colegas ante sus responsabilidades comenzó en 2010; Yanis Varoufakis se había opuesto a los «planes de rescate«, juzgando, no sin razón, que –como explicaba en su libro El Minotauro global– «los remedios aplicados por Europa son peores que la enfermedad«. Para él, resultaba urgente –y tal es la tarea que terminó encomendándole Tsipras– romper con la lógica del «programa» que ha llevado a Grecia a una espiral deflacionaria destruyendo gran parte de su capacidad productiva. De aquí los mazazos asestados a ese sistema desde los primeros días de gobierno: la negativa a discutir con la Troika, las exigencias de reestructuración de la deuda, el bloqueo del Eurogrupo con la cuestión del «programa existente«, etc, etc…
Para los colegas de Yanis Varoufakis dicha puesta en escena resultaba inaceptable. Por lo pronto, porque esa lógica es el cemento del Eurogrupo, el cual jamás ha entonado un mea culpa en relación a dicha política, pero sobre todo porque esa política ponía en cuestión otra: la de la recuperación de la economía griega gracias a las «reformas que traen por fin buenos frutos«, porque, como buen economista que es, sabe que dicha recuperación es frágil y de fachada.
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