Uno podría responder que, sin duda alguna, es la humillación constante y el trato degradante que supone su condición de esclavo, pero sin embargo, habría otra posible respuesta mejor: lo peor que le puede pasar a un esclavo es sentirse satisfecho y hasta agradecido de la vida que le ha tocado vivir y del trato que recibe.
Esta satisfacción paradójica propia del neurótico adaptado, no reflexiona acerca del futuro y reduce la complejidad de la vida a la satisfacción inmediata de la rutina diaria… Aunque muchos contemplan esta filosofía de vida del carpe-diem como una muestra loable de adaptación y de optimismo, lo cierto es que es una forma más de autoengaño. La trampa cognitiva radica en que el esclavo satisfecho aumenta progresivamente su aceptación resignada de su condición de esclavo, una condición que termina pasando inadvertida por el propio individuo, pasando así a ser un esclavo satisfecho de la sociedad actual.
Es cierto que, en las sociedades actuales, las luchas por los derechos sociales y civiles han ido cimentando algunas leyes que nos protegen de abusos flagrantes como el esclavismo de cadena y látigo. Sin embargo, todavía arrastramos algunos vestigios del sistema esclavista. El sistema socioeconómico y cultural vigente imponen ciertos valores y ejerce una manipulación continua sobre la forma en que pensamos, conduciendo a la aceptación de algunas prácticas que chocan de pleno con el derecho básico de pensar de forma crítica y autónoma.
El esclavismo moderno consiste en que atendemos sin reflexión previa a una serie de rutinas familiares, laborales y sociales. En este día a día frenético, se nos anula la capacidad para tomar la iniciativa ante cuestiones sumamente importantes como el consumo –qué compramos y para qué-, la moda –muy relacionada con la imagen de nosotros mismos que queremos proyectar al mundo, suponiendo que a éste le importe– y la moralidad –aquellas reflexiones que deberían guiar nuestros actos encaminados hacia fines concretos-.
Así, nuestra mente deja de plantearse ciertas cosas, lo que a la postre significa una resignación pasiva ante las vicisitudes de la vida. De este modo, tal como actuaría un esclavo y por la indefensión aprendida que supone la nula confianza en nuestras posibilidades, acabamos siendo meros espectadores de un status que creemos ubicuo y, por tanto, por sí mismo legítimo.
De ésta forma, la manipulación de nuestros pensamientos va conformando una cultura fértil para el poder: nos amarra a prejuicios, consignas y estereotipos que paralizan a los jóvenes en un presente carente de esperanza. Aunque el 15-M despertó gran parte de estos jóvenes anestesiados bajo el yugo del pensamiento uniforme de la tecnocracia y el presentismo, la otra mitad sigue habitando un escenario en que la uniformidad de pensamiento, los empleos precarios y los momentos de ocio siguen un patrón idéntico.
En estos círculos, cualquier atisbo de pensamiento independiente o de crítica hacia ciertos usos y costumbres se vilipendia y se excluye sistemáticamente. Así, el miedo a pensar por uno mismo y la autocensura son los obstáculos para escapar de las cadenas y latigazos en el esclavismo moderno. Por supuesto, el sistema saca rédito de este tipo de pensamiento, apuntalando individuos altamente obedientes: trabajadores precarios pero productivos, consumistas sin criterio y, por supuesto, nada críticos con la sociedad ni con las injusticias que sufren aun sin percatarse de ello.
Fuente: psicologiaymente.net