Pfizer, Roche, Abbott o Johnson & Johnson son algunas de las empresas que han escondido los efectos letales de sus fármacos. Publicitar y vender medicamentos que nadie necesita es un negocio altamente lucrativo, especialmente cuando se trata de fármacos que actúan sobre las funciones cerebrales…
Tenemos por ejemplo el caso de la farmacéutica Roche que promocionó el Valium –diazepam– para que fuera el medicamento más vendido en todo el mundo, a pesar de que muchas de sus indicaciones eran dudosas y su precio al por mayor era veinticinco veces más alto que el del oro. A principios de los setenta, Roche fue multada por los responsables antimonopolio europeos por su comportamiento anticompetitivo en la venta del Valium y de otro popular tranquilizante, el Librium –clordiazepóxido– pero tuvieron que pasar 27 años desde la publicación del primer informe sobre dependencia del fármaco para que los reguladores reconocieran claramente que los tranquilizantes son altamente adictivos, tanto como la heroína y otros estupefacientes.
El hecho de que algunos fármacos que afectan a nuestro cerebro sean legales y otros ilegales resulta irrelevante desde la perspectiva ética, si lo que queremos es entender qué está haciendo con nosotros la industria farmacéutica… Posiblemente a la industria farmacéutica le da igual que sus acciones sean legales o no, pues el uso generalizado de «extrañas» técnicas de marketing ilegales para indicaciones no contempladas ya fue demostrado, y además, cabe recordar que la legalidad no es estática, ya que cambia según los países, las tendencias y las corrientes de pensamiento.
Independientemente de que un fármaco que afecta al cerebro sea legal o ilegal, la cuestión es que en ambos casos se induce a los pacientes a consumirlo. Tras haber analizado al detalle la industria farmacéutica, John Braithwaite publicó sus impresiones en el libro Corporate Crime in the Pharmaceutical Industry, donde afirma lo siguiente: «Los que fomentan la dependencia de drogas ilegales, como la heroína, están considerados como parias carentes de escrúpulos en la civilización moderna. Pero los que incitan al consumo de drogas legales tienden a ser vistos como dispensadores altruistas de bien social«
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