La primera revolución industrial estuvo marcada por el paso de la producción manual a la mecanizada -gracias a la invención de la máquina de vapor- y transcurrió a lo largo de 70 años, entre 1760 y 1830. La segunda comenzó alrededor de 1850 y vino asociada a los inicios de la electricidad, siendo su logro más destacado que permitió iniciar la fabricación en masa, un concepto clave incluso hoy en día. Para la tercera tuvimos que esperar hasta pasada la segunda mitad del siglo XX con la llegada de la electrónica, la informática y las telecomunicaciones.
Ahora, el cuarta revolución que se está gestando trae consigo una tendencia brutal hacia la automatización total de la fabricación –un concepto en el que países como Alemania están muy pero que muy implicados– y que pretende llevar la producción a una total independencia de la mano de obra humana. La automatización correrá por cuenta de «sistemas ciberfísicos» logrados por el internet de la cosas y el cloud computing, combinando maquinaria física y tangible con procesos digitales, que serán capaces de tomar decisiones descentralizadas y de cooperar –entre ellos y con los humanos– mediante «el internet de las cosas«… Lo que veremos, dicen los teóricos, es una fábrica inteligente, verdaderamente inteligente.
«Estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes«, vaticina Klaus Schwab –economista y empresario fundador del Foro Económico Mundial– en su último libro «La cuarta revolución industrial«
Pero la revolución que se cita ¿para quien es? ¿a quien favorece? porque aunque sean los países más avanzados los que encarnarán los cambios con mayor rapidez, serán las economías emergentes las que podrán sacarle mayor beneficio, y aunque la 4ª revolución tiene el potencial de elevar los niveles de ingreso globales y mejorar la calidad de vida de algunos sectores, en realidad el proceso de transformación sólo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse porque acabará con un mínimo de cinco millones de puestos de trabajo humano sólo en sus comienzos en los 15 países más industrializados del mundo.
Fuente: BBC Mundo