¿Existe un rescate pactado de la prensa española?

A la prensa española la crisis económica le sorprendió con una monumental resaca; los primeros años del nuevo siglo fueron prósperos y dichosos, lo que disparó las expectativas de los editores, multiplicó los beneficios de sus empresas e infló el ego de sus mandamases hasta extremos poco aconsejables. Los periódicos eran capaces de marcar la agenda política y sus portadas más afiladas podían provocar heridas mortales de necesidad.

Convencidos –o supuestamente convencidos– de que el grifo por el que recibían sus ingresos –la publicidad– nunca se iba a cerrar, sus dueños acometieron enormes inversiones que pesaron como una losa cuando arreció el temporal. Con un optimismo exacerbado y una pecaminosa imprudencia crearon una burbuja que, al estallar, los situó al borde de la quiebra; la onda expansiva de esa explosión se percibió al otro lado del charco, donde los fondos oportunistas olieron a carroña y comenzaron a sobrevolar estas empresas. En algunos casos, como el de Prisa, se lanzaron en picado para intentar sacar provecho.

Los responsables de las principales compañías españolas, reunidos entonces alrededor de la mesa del Consejo Empresarial para la Competitividad, observaron aquella situación con inquietud. Fuentes cercanas a este lobby ya extinto han explicado que, en el momento de su fundación, sus selectos miembros se comprometieron a no hablar de política más de lo necesario y a no influir dentro del siempre delicado sector de los medios de comunicación, en el que algunos de sus socios ya habían realizado incursiones depredadoras en el pasado. Pero pronto cayeron en la cuenta de que no podían permanecer impasibles ante la tormenta perfecta que descargaba sobre ‘el cuarto poder’ y, en sus reuniones, hablaron de adoptar una actitud activa para corregir esa situación, potencialmente perjudicial para sus negocios.

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