Sueles hacerlo; aprietas el paso cuando intuyes un vecino a tu espalda y el ascensor de frente. Subes rápido y presionas espasmódico el número de tu piso. Corre. Cierra. Ni siquiera sabes a quién dejaste en el vestíbulo ¿qué más da?. Ese regate no te lo quita nadie. Ocurre en los bloques modernos que cada cual va a lo suyo y contra el resto, no de forma premeditada, sino a consecuencia de un individualismo agresivo cercano a la misantropía. La comunidad de vecinos como espejo de una sociedad hermética. Como un síntoma.
Cuesta mucho pillarle el punto a un bloque de vecinos en una gran ciudad, se mezclan demasiados factores. «En las urbes de mayor población es habitual el alquiler y vivir un poco de paso; además tardas más tiempo en desplazarte al trabajo, con lo cual tu jornada se prolonga y llegas agotado a casa; por último ocurre que los barrios carecen de lugares de encuentro como plazas o zonas verdes, el contacto entre vecinos es nulo«, analiza Rosa Jiménez, quien encabeza el proyecto «La Escalera» y dedica sus esfuerzos a reparar esos males típicos relacionados con la convivencia vecinal dentro de la Comunidad de Madrid, y es que de la mala combinación de factores nos sale una vida monocromática, dedicada en exclusiva al trabajo, sin espacio para el palique. Los vecinos son cuerpos extraños que roban minutos de ensimismamiento, cuerpos extraños que se repelen los unos a los otros favoreciendo el aislamiento.
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