Decía Hannah Arendt en Verdad y Política: “Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera los hechos inventados, sino solo la consistencia del sistema del que presumiblemente forman parte”. Y añadía: “si la prensa alguna vez llegara a ser de verdad el cuarto poder tendría que estar protegida del poder del gobierno y la presión social incluso más que el poder judicial; ¿cómo podemos protegerla de la presión social si ella misma se lanza a liderarla?«
Una de las lecciones más interesantes del “procés” ha sido constatar que, cuando los sentimientos compartidos por un grupo de personas perduran el tiempo suficiente, no importa si se fundamentan en hechos imaginarios, incompletos o falseados, porque las consecuencias serán reales… Esa realidad, además, será amplificada si los hechos que supuestamente originaron el sentimiento compartido tienen carácter ofensivo. Nos sumamos fácilmente a la opinión mayoritaria, nos reforzamos en el sentimiento de agravio y deseamos “castigar más” al culpable. En su forma más abyecta es el mecanismo que subyace en la formación de las turbas.
Otro aprendizaje obtenido del análisis del procés es ver cómo se produce lo que los expertos denominan “outbidding” o sobrepuja. Cuando se inició la carrera hacia el separatismo, los grupos y agentes sociales tenían incentivos para sumarse. Compitieron por ser el más y mejor: temían quedarse descolgados. En esos momentos decir algo en contra del “sentimiento” era penalizado socialmente y tenía repercusión en las encuestas. Esa loca carrera acabó en una deslegitimación sistemática de las instituciones comunes, de la democracia, del sistema parlamentario y del sistema judicial. Una negación, al fin y al cabo, de la posibilidad de mejoras incrementales.
El cuarto poder fiscaliza a los otros tres, pero ¿qué sucede cuando no se fiscaliza a sí mismo? Este asunto resulta realmente perturbador porque, al igual que sucedió en Cataluña, el sentimiento está impregnando diversos aspectos de la vida pública y privada. Y al igual que sucedió entonces, no importa tanto la verdad como lo que un número suficiente de personas sienta sobre lo sucedido. En ese estado de ánimo, en ese momentum, es donde el periodismo juega un papel decisivo y delicado.
Cuando periodistas reputados, cuyo trabajo consiste en transmitir información veraz, opinan a título individual sus ideas entran como un cuchillo caliente en la mantequilla. Si esas ideas están basadas en hechos sin contrastar, en información defectuosa o en falsas premisas, el daño causado es importante, no solo por la dimensión de su audiencia sino por la facilidad con que los creemos. En esas opiniones no se disiente de una decisión concreta, sino que se acusa de un vicio, de nuevo, a las instituciones y se renuncia a la búsqueda de una explicación alternativa a la maldad del sistema, jueces, abogados defensores e incluso procuradores. Rechazamos las garantías que hemos levantado y volcamos la culpa en los que decidimos que debían protegernos de nosotros mismos y nuestras pasiones: el derecho, la ley y los jueces.
Fuente y articulo completo por Elena Alfaro para letraslibres.com