Antes bastaba con una paella en el pueblo y no saber nada de los demás, o ni eso, bastaba con que se acabaran las clases. Eran veranos comunistas, poco dinero, nada que hacer y sin medios de comunicación. La desconexión de los amigos solo podía alterarse mediante postales que rara vez llegaban o alguna llamada desde la cabina de la plaza. Se hacía con buena intención, pero visto en la distancia, eran formas arcaicas de postureo. El «protopostureo«, digamos.
Llegan la World Wide Web, el Facebook y los móviles que no son solo para hablar ni jugar a la serpiente. Las primeras demostraciones de ocio veraniego en las redes sociales son tímidas: unos pies en la playa, una caña en un bar cualquiera, un retrato del abuelo… La especie vislumbraba las posibilidades del invento, pero temía su potencial. Una reedición del miedo nuclear de la Guerra Fría sin pasar del «aquí sufriendo»; una suerte de postureo cándido. Pero siempre hay pioneros, locos, inconscientes que quieren robar el fuego. No aprende la especie.
Ahora la cosa es instantánea y con artillería pesada. El personal va a festivales disfrazado de indio cherokee, se toma aperitivos extrañísimos en harenes, languidece en playas desiertas de aguas cristalinas –siempre desiertas y siempre cristalinas como por arte de photoshop–, y flota sobre unicornios gigantes en piscinas de borde rebosante porque, seguramente, alguien en internet demostró cómo hacer una foto de una piscina de borde rebosante en el Trópico con un barreño de plástico en el huerto familiar y un mínimo conocimiento de perspectiva fotográfica…. Los instagramers, además, se llevan toneladas de libros, comen siempre sano, hacen mucho deporte, se enamoran y se lo pasan genial con la familia… inconcebible… también hay filtros para arreglarte la cara de resaca y la posibilidad de ponerle música a un paseo, como en las películas, ¿qué brujería es esta?
Quizás la prueba irrefutable de que, a partir de ahora, la fiesta en verano siempre estará en otra parte y de que el Universo ha empezado a contraerse es que los que ni siquiera están de vacaciones se lo pasan mejor que tú. Hemos cruzado el Rubicón. El año que viene habrá que darse el primer chapuzón en el agua de Marte o cabalgar osos pardos como Putin.