En los últimos tiempos el concepto de «economía colaborativa» se ha usado como palabrería grandilocuente bajo la que ocultar una de las formas de explotación laboral más viejas y descaradas del mundo: tener trabajadores sin dar de alta en la Seguridad Social. Hablando con rigor, la economía colaborativa implica que varios sujetos en una posición de igualdad entre sí, se unan para formar un negocio donde comparten riesgo, autoridad y beneficios de un modo equitativo. Algo muy distinto de lo que vemos en las tristes figuras de los chicos que cargan en su moto una enorme caja con logotipo a cambio de cuatro duros, para una empresa que controla y dirige su trabajo, y que se lucra sustanciosamente con sus resultados. Estos chicos, si no están dados de alta en la Seguridad Social como trabajadores de la empresa, son falsos autónomos.
¿Y qué es un falso autónomo? Una persona que presta servicios para otro sujeto –sea empresa o persona física– en régimen de dependencia y ajenidad, y que por tanto debería ser considerado trabajador por cuenta ajena. Pero, para ahorrarse cotizaciones y salarios, su jefe le obliga a darse de alta como autónomo pese al fraude que esto implica –el autónomo se caracteriza por ser un sujeto independiente que tiene su propio negocio y presta servicios a una pluralidad de clientes sin someterse a su poder de dirección, controlando él mismo su capacidad productiva, estableciendo su protocolo de trabajo y cobrando en primera persona a sus clientes el precio de sus servicios-.
¿Y cómo podemos identificar a los falsos autónomos? pues examinando si se dan varias de estas características:
-El «cliente» –en realidad jefe– le impone el horario de trabajo y el protocolo que deberá seguir para ejecutarlo, por ejemplo, obligándola a instalar una aplicación en el móvil a través de la cual le tendrá controlado y dará instrucciones, o dictándole las franjas horarias en que deberá estar disponible para cualquier llamada.
-El «cliente» –en realidad jefe– es quien impone el precio por el servicio y el porcentaje del mismo que se quedará el falso autónomo. El jefe es quien se queda con la recaudación y da una parte al falso autónomo.
-El «cliente» –en realidad jefe– da al falso autónomo los medios materiales o una parte de ellos que precisa para ejecutar el trabajo.
-El «cliente» –en realidad jefe– es quien impone las condiciones del servicio a los clientes, tales como precio, características del servicio dado en contraprestación, régimen de reclamaciones si el cliente no está conforme, promociones, etc. sin que el falso autónomo tenga participación alguna en ello.
-El «cliente» –en realidad jefe– posee una marca bajo la cual el falso autónomo presta sus servicios, mostrándose como parte de la estructura que identifica esa marca.
En suma, el falso autónomo no decide en qué momento del día presta servicios, ni qué precio les pone, ni la metodología que usará para prestarlos, ni lo hace con una marca propia. El falso autónomo opera bajo el poder de organización y dirección de un tercero que decide todos esos extremos y, por ende, es un empresario que está obligado a contratarle como trabajador suyo.
El falso autónomo no sólo tiene que pagar con su sueldo la cuota de autónomo, sino que percibe una retribución claramente inferior a la que marca el Convenio Colectivo de aplicación para los trabajadores de su sector. Es una víctima que podría dejar de serlo si acudiese a los tribunales o a la Inspección de Trabajo. Y si su jefe le despidiese a raíz de ello, el despido sería declarado nulo y tendría que readmitirle pagándole todos los meses que haya estado en el paro. La cuestión está en atreverse y no dejar que camuflen la explotación de toda la vida pintándola de rosa.
Fuente y articulo completo: meneame
Hay casos y cosas. En muchos, sobre todo cuanto menos cualificada es la mano de obra prestada por el falso autónomo, sí es totalmente cierto que deberían ser empleados.
En otros ya no está tan claro y en algunos de los casos es literalmente falso que el autónomo sea «falso» y suele coincidir con los casos en que hablamos de profesiones más cualificadas, que como son las que mueven más dinero, son las únicas que Trabajo está persiguiendo en pos de la recaudación sabrosa a costa de jorobar los negocios de empresario y autónomo.
Cómo todo en nuestra querida España, se busca la vía fácil y rápida para dar el pelotazo (personal o recaudativo) y se desprecia el efecto beneficioso que podría tener la ingente cantidad de leyes que soportamos si se aplicaran sin pervertir su sentido o «espíritu», y así estamos … y así nos luce el pelo, soprtando una presión fiscal inmensa y cada día mayor y obteniendo a cambio cada día menos o incluso nada