Dados los protocolos que se están llevando a cabo en las escuelas y, como profesionales de la salud, nos vemos en la responsabilidad de compartir algunas reflexiones, basadas en evidencias científicas, con el personal docente. Por la misma razón, también nos dirigimos a Consejerías de Educación, a las administraciones locales, regionales y estatales y a las AMPAS. Dado que mucha de la información aquí aportada no es sólo relevante para los niños y niñas menores de 12 doce años, sino para todas las edades, también la remitimos a institutos, clubs de tiempo libre, casas de cultura, etc.
En España se han establecido las medidas más duras de toda Europa con relación a los menores de 12 años, a pesar de haber sido reconocido como grupo de bajo riesgo. Sin entrar en el debate acerca del origen del síndrome Covid19 y su medio de transmisión, lo cierto es que las investigaciones que parten de la versión oficial vigente, indican que los/as niños/as tienen menores índices de contagio, baja portabilidad a terceros (hasta 6 veces menos que los/as adultos/as) y lo cursan, generalmente, con síntomas leves (referencias en Anexo 1). En contraste con esta realidad, se les está imponiendo medidas que conllevan riesgos importantes, tanto a nivel emocional, físico y psicológico como social.
En los diversos anexos que acompañan a esta carta recogemos los efectos nocivos de las diferentes medidas que se están llevando a cabo en los centros escolares: mascarillas (Anexo 1), distancia social (Anexo 2), gel hidroalcohólico (Anexo 3), toma de temperatura (Anexo 4),
ventilación (Anexo 5) y confinamientos (Anexo 6). El conjunto de estas medidas supone un deterioro del sistema inmunitario, predisponiendo a los niños y niñas a desarrollar diferentes enfermedades a corto y largo plazo, muchas de ellas de mayor gravedad que lo que el síndrome Covid 19 pudiera suponer para ellos y ellas. Además, el estricto control que suponen, fomenta implícitamente el miedo y la desconfianza hacia uno/a mismo/a (como posible peligro para otros), hacia los demás (no por su conducta, simplemente por su presencia a menos de un metro) y hacia el mundo (visto no ya como lugar de exploración, aprendizaje y disfrute, sino como probable foco de infección), favoreciendo el establecimiento de creencias altamente limitantes de cara a la autoestima y las relaciones sociales presentes y futuras. La psiconeuroendocrinología proporciona muchos datos acerca de los riesgos que supone crecer y vivir en el miedo (Anexo 7). Además, en algunas escuelas, esto es reforzado con mensajes explícitos por parte del profesorado (o incluso con amenazas y/o castigos), y/o de otros/as menores hacia sus compañeros/as, señalando y culpabilizando a quienes se bajan un poco la mascarilla, se acercan un poco …
La frustración continuada de necesidades tan básicas como la afectividad y la seguridad, generan procesos como la indefensión aprendida, fruto de la resignación («nada de lo que yo intente sirve para nada, así que dejo de intentarlo»), frenando la autonomía, creando sumisión y desalentando la búsqueda de posibles soluciones a las dificultades en la vida. El/la menor y futuro/a adulto/a queda atenazado/a por el miedo, lo que le hace tan dependiente como manipulable. Dicha frustración también genera rabia, la cual puede expresarse en forma de rebeldía hacia el/la que frustra, hacia terceros/as cuando no puede rebelarse o hacia uno/a mismo/a en forma de sentimiento de culpa. La emoción es energía y, si no se expresa o canaliza, una salida frecuente puede ser la somatización, produciendo síntomas físicos diversos.
Los psicólogos indican que están aumentando en niños y niñas, de forma preocupante, cuadros de ansiedad, insomnio, terrores nocturnos, somatizaciones diversas, conductas compulsivas, depresión, fobias y conductas evitativas (a las relaciones, a enfermar, a salir de casa … ). Pero esto es sólo la punta del iceberg, donde el peligro mayor es una deshumanización progresiva. La alteración en las dinámicas de juego, el no poder compartir con sus iguales, coartando drásticamente la naturalidad y espontaneidad en sus interacciones y en el aprendizaje a través de la experimentación, mantenida en el tiempo, tiene múltiples riesgos, entre ellos un desarrollo emocional empobrecido, desprovisto de empatía … Y esta generación de niños y niñas son la sociedad del futuro.
«No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana». Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la Infancia, 30 de septiembre de 1990.
Se han olvidado los objetivos transversales más importantes que antes guiaban la educación porque son incompatibles con las medidas impuestas. Apelamos a vuestra humanidad, a eso que sentisteis la primera vez que entrasteis en el aula manteniendo una distancia artificial y sin poder ver los rostros de los niños y niñas … A lo que os dijo vuestro corazón. Eso que corremos el riesgo de olvidar y «normalizar», desconectándonos de nosotros/as mismos/as y de los menores que acompañamos y nos necesitan.
Sabemos que el personal docente (y también el personal de otras actividades dedicadas a menores) está sometido a una dura presión, entre la exigencia administrativa y las diferentes demandas de padres y madres, solicitando intervenciones que, frecuentemente, van en
direcciones distintas en función de su propia situación personal y anímica. Esto viene a unirse, muchas veces, a la propia situación del docente, director o trabajador en general, diferente para cada uno/a (que puede implicar dudas, falta de información, contradicciones entre lo que siente, piensa y hace … ), creando situaciones complicadas. La investigación en psicología social nos muestra que la gran mayoría de las personas se limita a acatar las normas y órdenes que «vienen de arriba» (de la autoridad que corresponda), cerrando los ojos a las consecuencias para uno/a mismo/a y para otros/as o quitándoles importancia (Anexo 8). Puede parecer lo más sencillo, a primera vista, si esa sensación de no ser responsable por «obedecer órdenes» no fuera ficticia y las consecuencias de cualquier decisión al respecto tan importantes. Por ello, nos parece imprescindible informarse, reflexionar y actuar en consecuencia. Con esta carta hemos querido aportar nuestro granito de arena en ese primer paso: la información, haciendo un repaso de los protocolos actuales, a la luz de los conocimientos y los datos científicos acumulados desde la medicina y la psicología, a los datos que nos muestran las fuentes oficiales acerca de la situación epidémica real (Anexo 9), así como a la legalidad vigente al respecto. Esta última parte está recogida en el Anexo 10 y es muy importante porque muchos/as directores/as y docentes ignoran que las medidas mismas que están implementando entran en contradicción con la Constitución y que, por tanto, pueden tener una responsabilidad, incluso penal, sobre el daño que puedan causar a sus alumnos/as. Incluso el Parlamento Europeo ha denunciado que las medidas establecidas en muchos países, como España, están en contra del Estado de Derecho y los derechos fundamentales (también en Anexo 10). Además, independientemente de lo que digan las leyes, órdenes y normas, sabemos que no hay juez más implacable que la propia conciencia, cuando no actuamos en coherencia con lo que realmente nos dicta nuestro corazón.
Ante las dudas o pos1c1ones encontradas entre familias o personal del centro, pueden encontrarse vías intermedias y/o modos de funcionamiento que tengan en cuenta a todos/as de manera respetuosa, pero, sobre todo, sin olvidar las necesidades infantiles. Es un reto en una sociedad que parece escindirse y una gran oportunidad si la aprovechamos. No estáis solos/as, contáis con el apoyo de un número creciente de colectivos y profesionales dispuestos a proporcionaros información, resolver dudas … (Anexo 11).
Gracias por vuestra atención,
SANITARIOS POR LA VIDA
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