La periodista del ‘New York Times’ Pamela Paul publica un libro con un centenar sensaciones, objetos y momentos que han desaparecido con la tecnología, donde ha recopilado nada más y menos que 100 cosas que hemos perdido.
Pamela cita que la idea del libro surgió e raiz de estar ella de vacaciones en un barco en isla Catalina, en California. “Miré el teléfono y la catedral de Notre Dame estaba en llamas. Entonces escribí a mis amigos que viven en París, y recibí un email de un productor de Hollywood que estaba enfadada conmigo, y pensé: pero si estoy en un barco, ¿por qué estoy pendiente del productor y de un incendio a siete mil kilometros?”.
En el libro hay capítulos más o menos previsibles, pero ver los 100 juntos con explicaciones que rondan entre una y tres páginas es impactante. Las «vacaciones», por ejemplo, cuenta Paul: «Cuando ibas de vacaciones hace 20 años, al volver tenías algunas cartas en el buzón, unos mensajes en el contestador, en el trabajo había algo en la mesa, y eso era todo. Ahora es como tener a hordas esperando en la puerta, has visto ese mensaje, qué reacción tienes a esa foto, tienes 36 notificaciones, montones de gente que quiere conectar contigo en LinkedIn, Snapchat, Instagram, etc… Es incansable«, explica.
En lugar de leer el periódico el sábado por la mañana, ahora nos ponemos a consultar una red social donde miles de desconocidos o medio conocidos te gritan sus pensamientos. Paul cree que nuestros cuerpos no se han adaptado a las reacciones que nos pide el mundo de hoy: “Hay una especie de retraso, nuestros cuerpos y mentes no han atrapado este nuevo metabolismo”, cita. «Por ejemplo, cuando te enteras que alguien no muy cercano ha fallecido, pero luego te olvidas, y es que muchas veces me doy cuenta de que me olvidé por completo de que había muerto el tío de tal persona porque pasó hace 6 horas y entretanto han pasado otras 30 cosas. Es un latigazo constante de atención emocional. Es agotador. Tenemos tantas reacciones emocionales porque hay tanto a lo que reaccionar que es difícil recuperarte al final del día«, dice.
Pero, ¿y como era antes? Está claro que era más tranquilo, pero ¿era mejor? ¿quién recuerda la sensación de no llevar móvil en el bolsillo?
Hoy por ejemplo es muy difícil “perderse”, que es uno de los capítulos del libro. Pero es mejor no perderse nunca, parece decir la lógica. ¿Y aún hay alguien que pueda defender algún recuerdo magnífico por haberse perdido en otra ciudad? Ya no escuchamos, cuenta Paul, las indicaciones de alguien que sepa cómo ir a un sitio o de la gente que conoce una ciudad. “¿Recuerdas esa sensación de reunirte con los amigos y que alguien dijera ‘no, Sarah y Jeremy están fuera’? Estaban fuera de los planes, no debías preocuparte por ellos, estaban fuera. Ahora ya nadie está fuera. Sigues escuchando de todo sobre Sarah y Jeremy. Habrá notificaciones, nos escribirán, nadie está nunca ‘fuera’”.
Ahora, dice Paul, “llegar tarde está bien”. Ya no es descortés porque te da algo más de tiempo para estar a solas con tu móvil. Las cosas nuevas se entrecruzan y es complicado valorar la pérdida. Desde esperar a que saliera un disco o una película nueva o a que llegara la hora de la serie o del telediario, al contacto visual, llegar tarde al teléfono y no saber quién era o a pasarse notas de papel en el cole.
El libro es un alud de nostalgia reflexiva con la intención de catalogar un mundo cotidiano que ya no existe y que no volverá. La esperanza de Paul es que seamos conscientes y recuperemos cachitos que aportaban algo. No es fácil, pues hoy en día quien quiera viajar sin móvil debe casi renunciar a sacar fotos, llevar mapa, mensajes de urgencia (¿quién de ustedes se conoce de memoria los telefonos de sus seres queridos?) o billetes de avión digitales… Pero en realidad, ¿es posible realmente eso de dejar el móvil sin desconectar? “Incluso cuando apagas el móvil, sabes que están llegando cosas y sabes que tendrás que afrontarlas cuando vuelvas a conectarte. Nunca eres completamente libre de esa idea para poder decir estás por ahí solo en el mundo”, cuenta Paul.
Y, para concluir, otra reflexión: “En internet nada se cierra nunca del todo”. Como los “ex”, que antes desaparecían de nuestras vidas y ahora siguen presentes por culpa de las redes sociales. El último capítulo del libro habla precisamente del “cierre” o “conclusión”, que con internet nunca es definitivo. El pasado siempre acompaña.
Fuente: elpais – https://is.gd/Skh4U2