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«Somos el partido de los trabajadores». Este eslogan, al más puro estilo marxista, podría haberlo pronunciado Zapatero. Pero no. Y ni siquiera es una recurrencia de Pepe Blanco , de la Vega o de Pajín. Y, no, tampoco les corresponde a Cayo Lara, a Llamazares, Herrera o Joan Tardà.
Que no. Aunque les extrañe, esta es la nueva carta de presentación del Partido Popular, que estrenó María Dolores de Cospedal hace unas semanas y que, ahora, repiten como una letanía y en todos los foros nuestros próceres del centro derecha, desde Javier Arenas a Soraya y, por supuesto, un crecido Mariano Rajoy al que las encuestas le están mudando la color.
Y es que Mariano empieza a oler el poder. Más por deméritos del adversario que por méritos propios, es verdad; pero lo huele. Y ese aroma con esencias de Gobierno le obnubila, le arrebata y le transforma.
Hasta el punto de que, jaleado por sus «palmeros» de la calle Génova, y siguiendo los extraños consejos de su todopoderoso asesor, Pedro Arriola, se ve empujado a renunciar a los orígenes y a dar una pasada por la izquierda, no ya a un ZP derechizado por la crisis, sino al mismísimo Santiago Carrillo si volviera a los escaños.
Y es que tan pronto se convierte en el adalid de los pensionistas oponiéndose con la más absoluta firmeza a la congelación de sus haberes, como acusa al Gobierno socialista de ser el «más antisocial» de la historia y de «hundir el Estado de Bienestar y los derechos sociales básicos de los ciudadanos».
Todo esto, eso sí, después de haber sido el primero en demandar al Ejecutivo un «drástico recorte del gasto público» al que, por supuesto, se opuso luego cuando el Gobierno, cumpliendo las instrucciones de Bruselas, llevó su plan de ajuste al Parlamento.
Como también se opone a ampliar la edad legal de jubilación a los 67 años en contra de las recomendaciones de una UE a la que él mismo utiliza como referente para poner en evidencia las políticas de Rodríguez Zapatero.
Reforma laboral
Pero es que en ese afán de salirse de ese azul grisáceo que le acompaña desde su designación como sucesor por el dedo caprichoso de Aznar, Mariano Rajoy, que atribuyó a Aznar «haber iniciado una campaña contra las empresas españolas», no dudó en desmarcarse, ahora hace un año, de la propuesta del patrón de patrones, Gerardo Díaz Ferrán, de reducir un 1 por ciento los salarios, en línea con el descenso del IPC. «Yo no apoyo eso», dijo tajantemente el líder de los populares que, sorprendentemente, también rechazó en el Parlamento la propuesta de reforma laboral del Gobierno, a pesar de que recoge en gran parte las reivindicaciones de la CEOE.
Como tampoco parece muy coherente que lleve toda la legislatura exigiendo al Ejecutivo que «tomara decisiones y gobernar» para luego reprocharle haber presentado una reforma del mercado de trabajo en solitario después de que se constatara la imposibilidad manifiesta de alcanzar un acuerdo con los agentes sociales.
Impuestos
Pero, donde tal vez se ponen más de relieve las contradicciones ideológicas entre el antes y el ahora del jefe de la oposición es en materia de fiscalidad y en la reforma financiera.
En materia fiscal, es cierto que Mariano Rajoy y el PP siguen defendiendo el mensaje de una rebaja impositiva para dinamizar la economía que llevaron en el programa electoral. Pero, como dice el refranero, del dicho al hecho… Porque resulta que Rajoy y el resto de la cúpula del Partido Popular han cerrado los ojos cuando el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid están subiendo tasas e impuestos al 20 por ciento, por citar sólo uno de los feudos tradicionales de los populares.
Pero es más, el mismo Mariano que ahora, asegura que «no hay democracia donde un Gobierno pone en tela de juicio las sentencias de los tribunales», fue el primero que secundó la «rebelión» de Esperanza Aguirre contra la subida del IVA que habían aprobado las Cortes Generales.
Cajas de ahorro
Y, qué decir de la reforma financiera. Porque ese Rajoy liberal que defendía en el Parlamento las fusiones interregionales y la despolitización de las cajas de ahorros y que presionaba, incluso, para que se permitiera por ley limitar el veto de las comunidades autónomas a las alianzas entre cajas.
Pues ha permanecido ciego, sordo y mudo cuando sus barones regionales, especialmente Núñez Feijóo en Galicia y Juan Vicente Herrera en Castilla y León, se dejaban llevar por veleidades intervencionistas para torpedear las fusiones de las cajas de sus comunidades respectivas con las de otras regiones españolas. Aunque es de justicia reconocer que el líder castellanoleonés ha rectificado al final y con acierto.
La corrupción y las encuestas
Pero es que esta pasividad ante las salidas de tono y las irregularidades o corrupción entre los suyos, ha sido una de las constantes en el devenir político de Mariano y le ha convertido, a los ojos de la calle, en ese hombre gris, color personal que domina siempre en su figura por encima de las tonalidades ideológicas, y que le hacen incapaz de liderar una alternativa como demuestran, periódicamente las encuestas del CIS.
Ni aún en las horas más bajas de Zapatero y en los momentos peores de la crisis, Rajoy ha sido capaz de superar al presidente en la valoración de líderes. Incluso, portavoces de partidos minoritarios, como Duran i Lleida o Rosa Díez superan a Rajoy en las calificaciones de los ciudadanos, que también le han dado siempre perdedor en los debates parlamentarios con el jefe del Gobierno.
Y es que, probablemente, en la opinión pública, y también en la publicada, pesan mucho su cerrada defensa del presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, o su apoyo a Ricardo Costa, al que cesó en sus funciones pese a calificarle de «hombre honrado» e, incluso su silencio ahora tras conocerse el fallo judicial contra el presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra.