The Wall Street Journal Por Hedd Opdyke
Esto no le caerá bien a algunos: el oro no es un bien básico. Ahí está. Lo dije.
Pero antes de responder con enojo, escúcheme. Los datos quizás lo hagan cambiar de parecer sobre el rol del oro en un portafolio.
Durante mucho tiempo, todos hemos escuchado que el oro es un commodity, realmente sin mayores diferencias con respecto a la plata, el trigo o el tocino. Su precio fluctúa (supuestamente) con la inflación, la cual históricamente influye sobre los precios de las materias primas.
Es extraño, entonces, que el elevado precio del oro no haya caído en respuesta a las tibias cifras de inflación en Estados Unidos. El Índice de Precios al Consumo de julio fijó la inflación en sólo 1,2% durante los 12 meses previos, sin contar ajustes estacionales. El oro tampoco reaccionó a lo que Mohamed El-Erian, presidente ejecutivo de Pimco, calificó hace poco de «el camino a la deflación» en el que ve transitar a EE.UU.
La sabiduría convencional sostiene que ninguno de esos escenarios —baja inflación o deflación— debería ser bueno para el oro. Y sin embargo, se rehúsa a abandonar máximos récord en el rango de los US$1.200 por onza. Algo está mal.
Hace poco le pedí a la firma de investigación Ibbotson Associates que realizara un estudio de correlación para determinar con qué cercanía se siguen mutuamente los movimientos de la inflación y los precios del oro. Uno esperaría que el oro, como un supuesto commodity, y la inflación se movieran al unísono.
La información, que analiza datos desde 1978 y captura un repunte inflacionario, muestra una correlación de, como mucho, 0,08.
Esta es una cifra baja. Realmente baja. La correlación perfecta es 1; a menos 1, dos activos se mueven en oposición perfecta. Cerca de cero implica que el oro y la inflación apenas se tienen en cuenta uno al otro, y los movimientos al unísono son principalmente coincidencias.
Así que si la inflación no hace fluctuar los precios del oro, ¿entonces qué los hace fluctuar? Si cree en los estudios de correlación, la respuesta es el dólar estadounidense.
En 1973 —un período que define el dólar moderno, no respaldado por el oro— los movimientos de la moneda estadounidense seguían de cerca la dirección del oro. La correlación entre los precios del oro para entrega el mismo mes y el Major Currency Dollar Index (un promedio ponderado del valor del dólar frente una canasta de divisas extranjeras) de la Reserva Federal es menos 0,45.
Ésta es claramente una correlación más sólida que la de la inflación. Pero acortemos el marco temporal al período de los precios máximos del oro en 1980 hasta la actualidad.
El resultado: durante los últimos 30 años, la correlación entre el dólar y el oro es menos 0,65, una alta correlación negativa. Significa que el dólar y el oro están efectivamente en los extremos opuestos de un balancín. Cuando el dólar se ve favorecido, el oro se contrae. Cuando l divisa estadounidense está bajo presión, los precios del oro aumentan.
Esto implica que el oro no es un bien básico, por lo menos no uno que se ajuste a la definición de algo que la gente y la industria consumen.
En cambio, «el oro es una moneda» cuyo precio diario mide la preocupación del mercado sobre la «disminución potencial» del poder de compra del dólar y otras divisas en papel, afirma Paul Brodsky, un director de QB Asset Management, en Nueva York.
Si Brodsky tiene razón, el verdadero problema para el mercado del oro es el debilitamiento potencial del dólar a largo plazo, no la inflación o la deflación.
Algunos notarán con razón que el alza del oro a precios récord llegó en medio del último gran incremento de inflación. Estas personas podrían estar leyendo mal las hojas de té.
La pregunta —ahora que el oro oscila alrededor de los US$1.200 por onza— no es si el oro está en una burbuja, como preguntan muchos, sino qué pasará con el dólar.
Desde su separación del oro, el dólar ha presentado una prolongada tendencia a la baja, con períodos puntuales de fortaleza. El Major Currencies Dollar Index de la Fed bajó 27% desde 1973, y retrocedió 45% desde el punto más alto del dólar a principios de 1985.
Para los inversionistas convencidos de que los legisladores y los banqueros centrales de EE.UU. podrán manejar sus problemas presupuestarios, el oro está sobrevaluado a largo plazo. Enderezar la balanza nacional de EE.UU. impulsaría el valor del dólar ya que los inversionistas con dinero en otros países moverían sus activos a una economía estadounidense más sólida. La venta de euros, yenes y libras esterlinas haría subir al dólar, y el oro bajaría.
Si, sin embargo, usted teme que la balanza nacional de EE.UU. no tiene arreglo, entonces el oro refleja actualmente la posibilidad de que la tendencia de un dólar débil continúe durante varios años. En este caso, los inversionistas —y consumidores— que busquen preservar su poder de compra se inclinarían por el oro, ya que su cantidad no es fácil de manipular.
Invierta en oro, entonces, según sus creencias sobre el futuro del dólar. Pero no invierta según la idea de que el oro es un barómetro de la inflación. Es probable que lo tomen por tonto.