La madrugada del diez de febrero de mil novecientos cuarenta y tres, pareció que el mundo se acababa. Dentro de la trinchera escuchamos los primeros disparos de los rusos. Y nos agazapamos en el hoyo, rezando a la Inmaculada y a Cristo para que nos protegiese de la lluvia.
Porque aquello era una lluvia. De metralla y fuego, pero lluvia. Caían los pepinazos del cielo en cadencia de un cebollazo cada diez segundos. Y los cohetes, los Katiusa, que te helaban la sangre con su pitido infernal.
Tres horas estuvo lloviendo. Tres horas. Cuando la última de las bombas estalló, un cuarto de camaradas estaban muertos o heridos. Tirados aquí o allá, enteros, por trozos, casquería…Mismamente, como en cualquier carnicería. Y nuestras flamantes defensas no eran más que montones de nieve y tierra removida. Cañones anticarro asomaban retorcidos, inútiles, la munición desparramada o ardiendo, los artilleros hechos pedazos.
Pero ya había algunos oficiales y sargentos dando voces, cagándose en todo, blasfemando, cubiertos de tierra empapada por la sangre de sus hombres.
-¡Que vienen!-Decían- Qué vienen….Vamos a recibirles…
Y la verdad, que ganas teníamos. Venid, venid, que ya veréis qué divertido, aquí no hay tudescos, aquí estamos los bajitos, morenos y con mala leche de los españoles…
Y vinieron. Por miles. Cuatro divisiones completas de infantería, así a ojo, cuarenta mil hombres, y más de cien carros. Los temibles T34 y los enormes KV1…Toneladas de acero ruso, lanzado contra ti a setenta por hora…Te cagas y te meas…Pero aguantas, qué remedio, está al lado Paco, mirando…
El frente que ocupábamos lo españoles en el cerco de Leningrado, pobre gente, sin ratas que comer, se dice que se comen a los muertos. Puñetera guerra. En fin, que estamos entre Alexandrova y Krasny Bor, y por aquí han metido la ofensiva…Qué suerte, oye.
Pensarán estos, igual que nuestros aliados alemanes, que los españoles solo sabemos tocar guitarras y bailar flamenco…Pues se van a enterar.
Y se enteran. Desde todos los rincones del avance ruso, desde atrás, los lados y de frente, aparecen grupos, compañías, batallones de combatientes que les atacan y masacran. Son duros, no se rinden. Prefieren morir a rendirse, fanáticos y enloquecidos, dos tíos con una ametralladora, frenan y detienen a los temidos esquiadores soviéticos.
Los rusos están alucinados. Cuando bombardean así, a lo bestia, lo normal es que de los defensores, apenas quede nadie. Y el que queda, está que no puede defenderse. Pero estos españoles no…Salen de los agujeros, montan ametralladoras sobre los escombros y matan todo lo que se les acerca…Una carnicería de bayonetazos y combates cuerpo a cuerpo. Casi siempre ganan los rusos, pero a costa de muchas bajas. Matar a un león, nunca resulta fácil…
Los españoles vamos cayendo, defendiendo cada posición, cada recoveco. Caemos por docenas, pero nuestros enemigos caen por cientos…Ya empiezan a entender, a diferenciar…Estos no son los alemanes, ojo, Dimitri…
Y la batalla sigue…En algunos puntos el avance ruso llega a tres kilómetros, y se detiene. Detrás, han quedado
bolsas de soldados que vuelan sus carros y llamando a un tal Santiago, se van abriendo paso por los bosques…
En nuestro camino hacia las nuevas líneas, vemos cientos de camaradas muertos…Embudos de artillería convertidos en bastiones. La imagen es estremecedora. Mezcla de orgullo y pena. En el embudo varios cuerpos españoles, reventados a tiros y bayonetazos, alrededor, cientos de rusos muertos, acribillados. Tomar el embudo ha sido jodidamente duro para ellos…Y embudos como aquel, los hay a docenas por el bosque.
La ofensiva rusa se detiene. Choca contra aquel muro de españoles que, bombardeados y masacrados sin compasión, se tornan más peligrosos y letales. Da igual que en la posición quede uno, o dos, o tres, o cien…Disparan, arrojan granadas, matan y mueren.
Los generales rusos están que trinan. Su espectacular ofensiva para romper el cerco de la ciudad ha fracasado por la valerosa obstinación de cuatro mil y pico españoles.
-¿ No decían los informes que los Ispansi retrocederían y huirían como ratas?…Coronel Petrof…
-Sí, camarada general…
-¿Entonces…?
-Esos locos, camarada general…Después del bombardeo, los que quedan, en vez de escapar, como los alemanes, y los rumanos, y los italianos, pues no…Salen llenos de polvo, cubiertos por las tripas de los que han caído, da pavor verlos, camarada…Y se lían a tiros y cañonazos. A matar a nuestros pobres infantes, a destruir tanques…Y hasta cuando retroceden, lo hacen cara a nosotros, sin perdernos el frente…Y cada uno de ellos que cae, arrastra a tres de los nuestros…Unos bestias los Ispansi estos, camarada…
Han pasado sesenta y ocho años desde la batalla de Krasny Bor. Hoy se la conoce, el que la conoce, porque allí murieron dos mil y pico españoles, otro millar fue herido, y a unos trescientos se los llevaron de visita turística a Siberia y sus afamados balnearios.
Dicen los revisionistas, los modernos historiadores, que si allí nos masacraron, que si los alemanes utilizaron a la División como carne de cañón…Pueden tener razón…
Pero lo importante, lo olvidado, lo mancillado como si fuese algo vergonzoso, cuando es al contrario, motivo de orgullo; es el acto de resistencia. Aquí que no pasen. Y no pasaron.
La valerosa y enconada resistencia española detuvo la ofensiva rusa. A costa de dos mil muertos, de cientos de heridos. A costa de mucha sangre española.
Aquellos hombres, detuvieron una ofensiva soviética, como las que no había soportado nadie en la guerra. Nadie volvería a conseguirlo tampoco. Once mil bajas tuvieron los rusos, y el ochenta por ciento de carros perdidos…No está mal.
Después de esta batalla, se limitaron a bombardear con artillería y aviación. De lejos. Sin atreverse a lanzar otro ataque. Escarmentados:
-¿Quién está enfrente, Boris…?
-Los españoles, Vladimir… ¿Atacamos?
-Vamos a esperar un poco…Hay rumores de que los van a retirar…
-Gracias a San Jorge…Perdón…Al camarada Stalin…