Un grupo de investigadores del CERN decidió acabar con la agonía de las reuniones de trabajo prohibiendo terminantemente el uso del PowerPoint; ¿a quien no le ha pasado que, nada más llegar a la oficina y tras meterse en la reunión de turno, ha tenido que aguantar una soporifera presentación de X diapositivas sin quedarse dormido? –en cuestión de minutos nuestro cuerpo juega a dos manos, tratando de mantener una postura y mirada fija entre la pantalla y el orador, pero trasladando a nuestro cerebro de vacaciones porque cualquier excusa sirve para evadirse una tortura así–
El CERN fué más allá y en su lugar se instó a utilizar pizarras en las que el orador podría reflejar sus ideas en caso de ser necesario, con el inmediato resultado de que los asistentes comenzaron a atender con todos los sentidos a lo presentado; «la comunicación comenzó a ser bidireccional, en lugar de monólogos ininterrumpidos de 25 minutos«, cita Andrew Askew, uno de los participantes en este proyecto.
Otro de los sorprendentes efectos llegó rápido: las presentaciones pasaron a ser notablemente más largas, como consecuencia de la interacción activa que antes hemos mencionado, ya que los asistentes comenzaron a preguntar y a aportar, enriqueciendo la reunión.
Además existe otro interesante efecto colateral: se reduce drásticamente el número de presentaciones, ya que la pizarra expone más las habilidades del orador y sus aptitudes al someterse a un escrutinio constante por parte de los asistentes y sus preguntas, ya que la presentación de diapositivas cual película de terror siempre actúa como una barrera protectora que nos oculta las carencias del orador –la mayoría de veces también nuestro superior–