Cada vez es más habitual y podríamos catalogarlo como el «mal de nuestra época híperconectada«. Hablas con una persona y te está escuchando, o al menos eso parece… crees que has conectado emocionalmente, que has transmitido tu mensaje pero sin embargo luego descubres que esa persona no ha entendido casi nada de lo que le has dicho, y al día siguiente es que ni siquiera lo recuerda. Es la impaciencia cognitiva.
El profesor de literatura Mark Edmundson acuño el termino «impaciencia cognitiva» a la incapacidad para prestar atención durante el tiempo necesario para comprender la complejidad de un pensamiento o argumento; al no prestar atención y ser víctimas de la impaciencia, no solo no podemos comprender ideas complejas, sino que ni siquiera podemos retener en la memoria ideas más simples.
Vivimos en un mundo donde el silencio se ha convertido en un lujo. El ruido es casi omnipresente, no solo el ruido acústico sino uno aún otro mucho más peligroso: el ruido de la distracción. La soledad ha dejado paso a una presencia permanente que nos interrumpe constantemente y en cualquier circunstancia, una presencia que se encarga en la mensajería instantánea, las redes sociales, el consumo compulsivo de información… En la era de la híper conectividad la ansiedad reina y no ha dudado en arrasar con la tranquilidad tan necesaria para concentrarnos y reflexionar. Si no podemos estar tranquilos, si tenemos la sensación de que nos estamos perdiendo algo o de que existe otra cosa mucho más interesante, no logramos concentrarnos.
Nuestra atención paga la factura. Y esa factura es tan elevada que el psicólogo Daniel Goleman ha llegado a afirmar «estamos ante una encrucijada peligrosa para la humanidad porque sin la atención perdemos nuestra capacidad para pensar y tomar decisiones autónomas. La atención, en todas sus variedades, constituye un valor mental que, pese a ser poco reconocido y hasta subestimado en ocasiones, influye poderosamente en nuestro modo de movernos por la vida”.
En la práctica nos exponemos a tanta información que simplemente no somos capaces de procesarla de manera adecuada, por lo que no brindamos más que una atención parcial a cada estímulo, ya se trate de leer, ver una película o mantener una conversación, por lo que nuestra atención está tan dividida que no podemos reflexionar sobre lo que estamos leyendo, escuchando o haciendo.
¿De qué nos sirve saber leer si no reflexionamos sobre el contenido? ¿De qué nos sirve pasar horas con un amigo si no prestamos atención a lo que nos dice? ¿De qué nos sirve «informarnos» si no asumimos una actitud crítica ante las noticias?
En otras palabras, ceder a la impaciencia cognitiva nos arrebata el control y la capacidad para pensar y decidir de manera autónoma. Nos convierte en marionetas de las emociones, emociones que los demás –léase la publicidad, los políticos, las clases dominantes o simplemente una persona cercana– pueden manipular a su antojo. Sin la capacidad para prestar atención, somos fácilmente amoldables porque nos convertimos en zombies que funcionan en piloto automático.
Fuente y articulo completo: rinconpsicologia – https://is.gd/YsBWdr